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Día de animal

Quienes me conocen saben que tengo una hermana, Sofía. Pero, en casa había una niña más, nuestra perra Reyna. Le pusimos Reyna en honor a Reina Reech, la « Y » se la agregó el veterinario del registro civil perruno.

Mi papá era de la idea de que un perro no es lo mismo que un hermano, pero Reyna llegó a casa en el 1993, si no me equivoco y se fue en el 2010, nadie me puede discutir el lugar que ocupó en mi corazón. La trajo papá Luis en una caja de cartón, como regalo de cumpleaños para mamá Mari. La pobre pensó que era una batidora, pero era una cachorrita y se había descompuesto en el viaje a casa. ¡Sorpresa!

Reynita Rita Rina Gelmini siempre fue una perrita especial. Si bien jugábamos muchísimo con ella y, en general, era buena con los chicos, tenía un carácter muy fuerte y muy definido. Yo la admiraba mucho. Reyni nunca, jamás hacía el ridículo, nunca se caía, no se mostraba triste (si lloraba era de bronca), era mas bien mandona y se llevaba el mundo por delante. El mundo y los portones. Una vez el vecino nos contó que la perrita se escapaba todas las noches y cuando él volvía a su casa la levantaba y nos la regresaba al jardín.

Como dije, ella nunca entendió bien ese asunto de los límites, tampoco cuando se trataba de comer. Nos masticó absolutamente todos los juguetes que olvidamos en el jardín, se comía todo lo que caía al piso (chicles, hielo, papeles, plásticos, lo que fuera). Y también cazaba todo lo que pasaba por el patio o lo que podía robar del campo, pero no lo comía y lo traía orgullosa, para deleite de mi pobre madre. lauchas, iguanas, víboras, comadrejas, un tero de 18 años y media liebre.

Mi tío le decía manojo de nervios, dicen que no hay prenda que no se parezca al dueño. A mi me encantaba su forma de ser, loca e irreverente. Cuando se puso viejita sufrió un ACV y eso cambió un poco su personalidad, vivió un tiempo más, pero no era la misma de antes. Todavía siento ese dolor. Yo tendría unos 23 años en ese momento, pero me tuvo que consolar mi abuela Ángela por teléfono y todavía recuerdo sus palabras reconfortantes.

Reynita no fue una perrita de mi infancia, fue la única. Mi mamá se ofendía un poco cuando alguien nos visitaba y decía sorprendido “¿Todavía la tenés?”, y ella solo respondía “Sí”, pero mientras tanto pensaba -pero claro que la tenemos, ¿qué se piensa? si es pequeña y está bien cuidada, tiene que vivir mucho tiempo-. Después la miraba orgullosa y nos decía “Yo creo que tuvo suerte de venir a esta familia, no?”. ¡Claro que tuvo suerte de tener a mi mamá como su mamá humana! Y nosotros tuvimos la suerte de tener muchos años a Reynita que, de algún modo, fue nuestra hermanita menor.

Juanma también tuvo una perrita llamada Reina. Así que muchos años después, cuando adoptamos nuestra segunda bebé perruna decidimos llamarla Reina en honor a nuestros amores perrunos. No sólo coincidimos en el nombre de las perritas, sentimos el mismo amor y respeto por los perros. También tenemos la suerte de vivir en un pueblo donde la gran mayoría de la gente respeta a los animales y casi todos los vecinos cuidamos a algún perro abandonado en la calle.

Cuando yo era chica recuerdo que cuando alguien no quería a las crías de una animal se deshacía de ellas, a lo bruto, de forma cruel. Sé que todavía hay gente que lo hace, muchos siguen creyendo que los animales son descartables, pero también hay mucha gente que respeta la vida.

Hoy es el día del Animal, y aunque escribo especialmente pensando en ellos no está de más recordar que la vida es sagrada, en todas sus formas, plantas, animales y especialmente humanos. Pasemos por este mundo respetando lo sagrado de la naturaleza, y si vamos a dejar una huella que solo sea de amor y respeto hacia la vida en todas sus formas.

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